viernes, 8 de abril de 2016

Dolor crónico y sus consecuencias

La comprensión científica del dolor va evolucionando rápidamente. Antes se pensaba que su presencia implicaba únicamente la existencia de un daño físico, sin embargo, actualmente la ciencia nos ha llevado a descubrir la importancia que tienen las consecuencias de la vivencia del dolor. Porque el dolor genera importantes reacciones emocionales que pueden potenciar el sufrimiento que lleva asociado. Pero, además, si el dolor se hace crónico puede tener un impacto devastador en todos los aspectos vitales de la persona que lo sufre: 
Socialmente, porque se tienen que disminuir las relaciones sociales con amigos y allegados.
Laboralmente, puede llegar a afectar a la capacidad de trabajar, produciendo un sentimiento de inutilidad y problemas económicos.
En las relaciones de familia y de pareja, porque no se pueden cumplir las expectativas de nuestros seres queridos.
Un dolor crónico llega a hacer que las personas se planteen el para qué y el por qué de la vida. Normalmente tenemos la experiencia de que el dolor es pasajero y controlable; pero cuando aparece un dolor resistente, que no se pasa, nuestra concepción del mundo se tambalea. Surge entonces la necesidad de construir una nueva en la que tenga sentido la existencia de un dolor que no se puede evitar y en la que podamos dar cabida a:
Sensaciones corporales incontrolables.
  • Limitaciones en la capacidad corporal.
  • Pérdida de contacto social.
  • Problemas laborales entre otros. 

La labor del consultor psicológico se centra en trabajar todos estos aspectos del dolor para mejorarlo y hacerlo más soportable.
Reacciones emocionales asociadas al dolor
El dolor tiene la función de avisarnos para que hagamos algo que consiga reparar el daño físico que pensamos que lo genera. El dolor es una sensación generalmente terrible y amenazante. Por eso, una reacción natural en el hombre es el miedo al dolor, un miedo que es adaptativo porque nos impulsa a evitarlo y eliminarlo. 
En el caso de un dolor crónico, nuestra lucha por evitar el dolor se convierte muchas veces en un esfuerzo inútil. El sentimiento de fracaso nos genera, en principio impotencia y un estado de irritación que influye en nosotros y quienes nos rodean. Finalmente, cuando vemos que no es posible acabar para siempre con él, podemos caer en un estado de ánimo deprimido que nos hace perder el sentido de la alegría. 
La continuidad del dolor nos puede producir ansiedad social. Si nos impide nuestra actividad normal, puede llegar a generarnos un sentimiento de inutilidad y de no sentirnos necesarios. Si nos esforzamos en luchar contra ello y que nada cambie, podemos llegar a intentar mantener niveles de actividad similares a los que teníamos cuando no sentíamos dolor, muy por encima de nuestras posibilidades actuales.
Nos damos cuenta de que, además del daño físico, el dolor lleva asociados una serie de procesos psicológicos tan desagradables, duros y amenazantes como el propio dolor y que se unen indisolublemente a él. 
Círculos viciosos en el dolor crónico
Los intentos de eliminar el dolor crónico nos pueden llevar a entrar en círculos viciosos que no solamente no solucionan el problema, sino que lo empeoran. La ruptura de estos círculos es uno de los objetivos prioritarios  en el tratamiento del dolor.
1. La lucha contra el dolor se libra en nuestro propio cuerpo y en él generamos cambios para conseguir disminuirlo. Así, modificamos nuestra respiración, nuestra postura o incrementamos la tensión muscular lo que nos ayuda muchas veces a soportarlo. Pero cuando el dolor es crónico estas conductas mantenidas largo tiempo acaban incrementando el problema y amplían el impacto del dolor, así nos aparecen contracturas musculares y problemas de dolor en zonas cercanas. Son reacciones automáticas; pero no por ello menos dañinas. Intentan controlar el dolor, pero en realidad nos lo producen más, entrando en un círculo vicioso del que es difícil salir. 
2. También hemos visto como una lucha que fracasa contra el dolor crónico nos lleva a un estado de ansiedad y de depresión que a su vez potencian las sensaciones dolorosas, porque nuestro estado las hace más insoportables con lo que el dolor aumenta y hace que nos esforcemos más y que el fracaso sea más importante, estableciéndose así otro círculo vicioso. 
3. Los cambios sociales derivados de nuestra nueva situación incrementan notablemente el estrés. Si queremos mantener nuestra actividad necesitamos más esfuerzo. Si no lo hacemos podemos perder nuestra posición económica, pero los esfuerzos más allá de nuestras capacidades nos llevan al incremento del dolor en un círculo vicioso adicional.
4. Si no encontramos remedio a nuestro dolor, la búsqueda de una vida sin dolor nos puede llevar a abandonar un tratamiento médico adecuado y de nuevo nuestro afán por mejorar nos lleva a empeorar. 
El consultor psicológico y el acompañamiento a personas con dolor crónico
El problema no es que haya dolor crónico, sino que este arruine nuestra vida ocasionándonos problemas de pareja, de trabajo, de amistades y tiempo libre, de ansiedad, depresión, insomnio, etc. y que lo haga porque hemos caído en alguno de los círculos viciosos que se han señalado.
Para salir de esos círculos hay que darse cuenta que estamos ante una situación que no se puede cambiar y que la aceptación es imprescindible:
Aceptación es no hacer nada para evitar, dejar de hacer todo lo que no sirve: desmontar los círculos viciosos y potenciar el tratamiento médico adecuado. 
Aceptar es abrirnos a experimentar los sucesos y las sensaciones completamente, plenamente y en el presente, como son y no como tememos que sean. 
Aceptar es tomar conciencia de las limitaciones que conlleva el dolor crónico.
La aceptación abre el camino al compromiso. A seguir haciendo aquello para lo que valemos de acuerdo a nuestras capacidades, aunque esto signifique que tenemos que adecuar nuestras metas a nuestras capacidades limitadas por un dolor crónico. 
Aceptar no es quedarse con el sufrimiento que se tiene, la aceptación disminuye el sufrimiento e incluso inicia proceso psicofisiológico de la habituación, por el que el dolor se hace más tolerable porque nos habituamos a él. Habituándonos a las sensaciones disminuye la ansiedad, el miedo y la depresión, tendremos menos sensaciones asociadas al dolor y continuaremos comprometidos con un nuevo papel social con valores propios.
Pero aceptar el dolor, abrirnos a su experiencia requiere de la intervención del profesional que se ocupará de dar contención, ayuda emocional, orientación, asesoramiento, escucha empática brindando las herramientas para lograr el despliegue de potencialidades que todo ser humano posee como posibilidad inherente asistiendo así a quien padece dolor crónico con la colaboración de un equipo interdisciplinario. 
De esta forma la persona tiene que incorporar en su propio autoconcepto la nueva incapacidad de controlar el dolor y las limitaciones que tiene y pese a ello encontrar un sentido a su vida. Por eso el proceso de aceptación y compromiso proporciona una visión más amplia del mundo en la que cabe la inevitabilidad del dolor.
 Algunas técnicas que han mostrado su eficacia de forma científica son:
La relajación nos enseña a dejar tensiones dañinas en nuestro cuerpo. La meditación junto con la relajación y la respiración nos permite no seguir automáticamente nuestros impulsos que nos llevan a caer en uno de los círculos viciosos.
Distraerse del dolor es un consejo muy a mano; pero realizarlo no es nada fácil y puede ser necesario un entrenamiento profundo que requiere técnicas especiales.
Las técnicas cognitivas nos ayudan a enfrentarnos con nuestros pensamientos y sentimientos de forma racional y de manera más eficaz.
Las técnicas de potenciación de actividades permiten recuperar al límite actual nuestras capacidades.
Las técnicas de entrenamiento en habilidades sociales permiten enfrentar los cambios sociales derivados de las nuevas limitaciones asociadas al dolor crónico.
Consultora Psicológica Angélica Perkal
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